LA GACETILLA TAURINA 

 Nº  68 -   5 de Marzo 2007   (Textos originales del Dr. en veterinaria D. Juan J. Zaldivar)

Un caso insólito...los toros murieron a balazos.

          
         Desde los primeros días del año 1820, el empresario de la Plaza de Toros de Cádiz, para corresponder incontables peticiones de los aficionados, invitó al famoso Francisco Herrera III Rodríguez (Curro Guillén) para tomar parte en dos corridas, para celebrar el sonado triunfo de los constitucionalistas, y  accedió a ello  el matador, que entonces estaba en la  cumbre de su apogeo.

         Durante la primera corrida, que debió celebrarse el día (13-05-1820) -¡un trece en Cádiz tuvo que ser!-, en la lidia del tercer toro, muchos aficionados -como  que sentían unos extraños y sórdidos crujidos- se hundieron con gran estrépito los tendidos cuatro, cinco y seis. Los daños y heridas sufridas por los aficionados que ocupaban lugares en aquellos tendidos fueron muchos, y a las desgracias se unió un impresionante alboroto, cuando la presidencia mandó matar los bichos a balazos. Fue considerado esto como una hostilidad al pueblo y se produjeron encuentros y choques de consecuencias desgraciadas, arrojándose algunos espectadores por las ventanas a la calle. No se celebraron más corridas en Cádiz.

A Curro Guillén no le gustó nada lo sucedido, pues en su fuero  interno, siempre alimentado en la mayoría de los toreros por infinidad de supersticiones, muchas de las cuales, desgraciadamente, se cumplieron, debió pensar que “aquel espectáculo dantesco era signo de un mal presagio”, y con este recuerdo desagradable marchó Francisco Herrera Rodríguez a cumplir su contrato de la plaza de Ronda, donde murió el 21 de mayo, a los ocho días de haber  toreado a medias  en Cádiz.

Entonces no habían escopetas de dardos tranquilizantes para haber sometido en unos minutos a los astados. Lo malo es que aún hoy día, que el invento de tranquilizar a los toros a distancia cumple medio siglo, fuimos testigo la pasada temporada, en nuestra Plaza Real, del bochornoso espectáculo que ofrecieron todos los responsables al no poder reducir a un toro medio loco que se defendía en la  plaza. El público tuvo que esperar casi una hora. Y lo curioso es que  en el coso estaba el inventor del sistema del inyectar somníferos a los toros. Así que muchos reglamentos y normas y cuando ocurra otro caso similar, la Plaza Real seguirá sin tener un moderno equipo de inyecciones a distancia. ¿Qué estarán esperando? Utilizar técnicas modernas es verdaderamente progresar.

            Con respecto a la actuación de Curro Guillén, Velázquez y Sánchez recordaba que «existía en la ciudad de los Romeros una marcada animadversión contra los toreros sevillanos, a los que los aficionados rondeños consideraban, por sus volapiés y otros recursos para ellos propios de titiriteros o cosa parecida, como muy inferiores a los gloriosos fundadores de la Escuela Rondeña y a sus representantes de entonces, tales como Tragabuches y Panchón; estrellas de segunda magnitud, se   consideraban entonces los herederos artísticos más brillantes del toreo de Pedro Romero, aunque, en verdad, no tuvieron en su haber características esenciales que el gran torero consideraba indispensables. La paradoja se daba en este caso con toda la fuerza. Si hay algún eslabón de continuidad en el primer tercio del siglo XIX con las concepciones toreras del gran rondeño fue el de Curro Guillén, y bien demostrado quedó esto en las competencias que en Madrid y en otras plazas sostuviera con un lidiador de nueva escuela, original, sin entronque o sometimientos dogmático con los sevillanos de Joaquín Rodríguez (Costillares) o los rondeños de Romero: Jerónimo José Cándido.»

              Francisco Herrera Rodríguez (Curro Guillén) fue un torero de los más capacitados de todos los tiempos. De unas facultades físicas admirables y un conocimiento extensísimo de la lidia y del toro, adquirido desde su niñez en el campo y los cosos, sabía dar a cada bicho los lances precisos para su lucimiento y resultado práctico. Sin los caracteres de innovación de Jerónimo José Cándido, tenía el toreo de Curro Guillén algo de único de cada época. Se decía que toda clase de suerte y recursos los poseía. Indistintamente mataba al volapié o recibiendo, porque su buena estatura le permitía dominar ambas suertes.

                          

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