LA GACETILLA TAURINA 

 Nº  71 -   26 de Marzo 2007   (Textos originales del Dr. en veterinaria D. Juan J. Zaldivar)

 La Cruz de un ganadero

          
        Un ganadero puede literalmente llevar un lento vía crucis y al fin sentirse crucificado si un día tiene que ahogar su profunda afición a la crianza de toros y dejar de producirlos, como en este caso tuvo que  tomar la amarga decisión, don Faustino Udaeta, hombre de una integridad excepcional… y a lo largo de los tres pasados siglos, otros sufrieron el  mismo fin, porque los ganaderos no aceptaron a seleccionar el carácter de los toros que iban solicitando espectadores y toreros. El lector aficionado puede imaginarse la ilusión con la  que Udaeta preparó aquella corrida de toros que se iba a celebrar en Madrid. Le ofrecemos el banderazo informativo de salida a uno de los cronistas de entonces:

El (13-05-1894) volvió a anunciarse en la Corte y el cartel llenó de complacencia a los aficionados madrileños. En esa corrida alternaron nada menos que José Rodríguez (Pepete), Manuel García (Espartero), Rafael Guerra (Guerrita) y Antonio Reverte Jiménez. Un día antes, para corresponder al ambiente de expectación que se había desatado, Udaeta, en otro más de sus inusitados gestos de gran señor, mandó bajar a la finca «La Muñoza» una treintena de toros, de excelente presencia, de bonito exterior, armónica morfología, acrisolada “jechura” –disculpe señor Orgambides-, e invitó a numerosas personas de gran alcurnia –algunas incluso de regia estirpe- a que, por general acuerdo, escogieran de aquella partida, los seis toros que habrían de correrce en la tarde siguiente, supuesto que todos eran de muy buena nota. Tan ilustres aficionados trasladáronse a los prados de referencia en sus lujosísimos carruajes y pasaron una tarde deliciosa.
 

Eduardo MiuraAquella temporada los ganaderos Vázquez y Miura y aun Bañuelos y Veragua, habían quedado bien, pero Udaeta iba a poner el mingo. Y desgraciadamente como siempre... «Corrida de expectación, corrida de decepción.» Todos los astados resultaron menos que regulares. Unos amigos, aprovechándose de un descuido, limaron las puyas sin ser vistos. Ni toros ni toreros estuvieron bien. Fue un escandaloso desastre. Como dice el refrán: «el que más pone, es el que más pierde.» Es de figurarse la desilusión de todos aquellos aristócratas que fueron a La Muñoza a escoger los toros. Uno de los toros que fallaron se llamó Conllalvo, al que Guerrita, con su gran maestría logró salvarle de ser fogueado. El tercero, Doradito, berrendo, tomó cuatro puyazos y se vino definitivamente abajo. Otros de los astados se llamaron: Mogino y Valenciano. Al finalizar la corrida don Faustino Udaeta irrumpió en el palco del duque de Bivona, su íntimo amigo. Él fue el primero en saber la decisión del desafortunado ganadero: acabaría con la ganadería llevándosela al matadero. Su decisión fue firme. Don Faustino no soportó la afrenta de sus toros, el pisoteo de su orgullo, el ridículo que le dieron sus toros. Prácticamente le regaló  la ganadería a su amigo don Antonio.

Otro de los toros mansos lidiados ese día, llevó el nombre de Latonero, el cual alcanzó en su huía al matador sevillano Antonio Reverte Jiménez al llegar a las tablas y le produjo la fractura del peroné, no pudiendo volver a torear hasta el (16-08-1894), y ese día lo hizo en Bayona. Desde esa tarde, que el ganadero presenciaba la corrida, comenzó a desalentarse por el pésimo juego y la total falta de bravura que hicieron sus astados en la plaza de Madrid, pensando desde esa fecha en deshacerse de la vacada. Y así, el (12-12-1899), el diestro Juan Antonio Cervera, estoqueó el novillo, llamado Chimeneo, que fue el último que se lidió en Madrid, resolviendo don Faustino deshacer la ganadería. Este novillo llevó el mismo nombre al que se refiere F. V. en Sol y Sombra, cuando dice: «Al segundo le llamaban en la casa de sus mayores Chimeneo; era negro corniabrochado», es decir, que el toro tenía tendencia marcada a brocho en la cornamenta.»

            Entre ambas temporadas (1894-1899), se dio una corrida de toros verdaderamente trágica y sangrienta  y el  ganadero le importó un bledo. Aquella tarde del (05-07-1896) alternaron  Arturo Carral (Carralito), Juan Antonio Cervera y Julián Fernández Martín (el Salamanquino), siendo la última vez que toreó en Valladolid el Salamanquino. En esta novillada se lidiaron reses de don Antonio Angoso. El primer toro cogió a Carralito; el segundo, a el  Salamanquino, produciéndole al voltearle la fractura del  brazo derecho; el tercero mató  al monosabio Pablo Toro, natural de Río Seco;  el  quinto hirió al banderillero Manolé;  antes del cuarto toro habían pasado a la enfermería los tres picadores. Parece curioso citar, pues es la ocasión oportuna, una corrida tan desastrosa… y Angoso siguió criando aquellos regalitos…

                                      

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