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LA GACETILLA TAURINA |
Nº 74 - 16 de Abril 2007 (Textos originales del Dr. en veterinaria D. Juan J. Zaldivar) |
¡Tiempos difíciles del toreo!... vividos en El Puerto |
«A don Juan Conde, en El Puerto de Santa
María (Cádiz) –hacia 1779-, habiendo en el medio de la plaza un palo
para atar a una mona, el toro que le tocó matar, al tiempo de la
ejecución, se paró al lado del dicho palo, fue a él y le dio un pase, lo
recibió a la muerte y lo cogió por los huesos; le dio otro pase, y le
sucedió lo mismo y lo tuvo cogido; y viendo el señor don Pablo Visaron,
que era el diputado que presidía la plaza, de que se entretenía
demasiado, y ya atropellado, lo mandó retirar y tuve que matarle.» En Madrid toreó el diestro vejeriano en 1789, y volvió a anunciarse en 1800. Su vida taurina acabó con el siglo, pues desde 1800 ya no volvió a verse su nombre en los carteles. Sin duda, no supo o no pudo aprovecharla para garantizar su tranquilidad económica el resto de sus días, como desgraciadamente le ha ocurrido a innumerables diestros. Por ello, en 1817, viejo ya, casi decrépito, volvió a torear en Cádiz, casi con sesenta años de edad –nuestro paisano Bernardo Gaviño Rueda murió toreando con 74 años-, impulsado por la necesidad, suscitando la compasión de sus paisanos gaditanos. Así nos lo muestra y lamenta, una curiosa composición que, firmada M. M., publicó El Diario Mercantil, de Cádiz, en su número del día (06-09-1817), y que en pliego suelto volvió a difundirse. Decía: “A la salida de Juan Conde a la plaza de toros para matar en la corrida del día primero de septiembre (01-09-1817), y de la sensibilidad que mostró el pueblo y los toreros por las circunstancias que obligaba a lidiar a este honrado y antiguo matador, nacieron dos bellas Octavas, que son duda hubiese mejorado nuestro inolvidable amigo Paco del Castillo. En ellas se narra con patético acento el suceso de la corrida, y se elogia al matador. Las tristes circunstancias que le obligaron a volver a torear se expresan así:
«Aquel Juan Conde, aquel torero honrado Cuando logra matar al toro, con mejor éxito del que era de esperar, la emoción se apoderó de todos, como describe la siguiente patética octava:
«Los de a caballo luego se inclinaron Y Juan Conde, ejemplo inconfundible de aquellos tiempos difíciles del toreo, debió morir, sin duda, a no mucho de aquella gloriosa y muy recordada hazaña, ocurrida en una de las Plaza de Toros de madera de El Puerto de Santa María.
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casemo - 2004
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