LA GACETILLA TAURINA 

 Nº  82 -   11 Junio 2007   (Textos originales del Dr. en veterinaria D. Juan J. Zaldivar)

Dos orejas y rabo ¡Con trece años!

 
   
         Creemos que ha sido la primera vez que un niño torero, con trece años de edad logró cortar dos orejas y  rabo a un novillote. La hazaña fue de Fermín Espinosa Saucedo (Armillita chico), diestro mexicano, nacido el (03-05-1911) en la ciudad de Saltillo (Estado de Nuevo León), falleció el (06-09- 1978), en el Distrito Federal (ciudad de México, D. F.,), a los 67 años de edad. El (28-02-1954), toreó por última vez de luces, en la Monumental Plaza México. El (05-09-1954), se despidió definitivamente de los ruedos, después de 30 años de profesión, en el coso de la ciudad mexicana de Nogales (Sonora), alternando en un mano a mano con Luis Mata, en la lidia de ejemplares de la ganadería mexicana de Santo Domingo. Desde que nació respiró el ambiente taurino: torero modestísimo su padre, torero sus hermanos, y, por tanto, él desde su infancia pensó en ser torero. Aprendió la primera enseñanza, preso en su vocación. El (01-08-1924) debutó como becerrista en la Plaza de Toros de la ciudad de México, D. F. Cortó las dos orejas  y el rabo, cuando tenía trece años de edad. Triunfal presentación, presagio de los muchos que alcanzó en su vida de torero, ,y en la misma plaza. Las temporadas de 1925 y 26 siguió de novillero becerrista, venciendo a cuantos alternaban con él. Mató 90 becerros, cortando 40 orejas y saliendo a hombros de la mayoría de  las tardes. No pasó por  ninguna Escuela Taurina, porque traía el buen toreo en su  mente.

La trayectoria de su vida artística es un ejemplo de armonía; difícilmente habrá quien la iguale. Desde que se presentó en público siendo tan joven, y desde que tomó la alternativa, con dieciséis años, mereció tal concepto de los aficionados, que vaticinaron con certera intuición en la muy taurina frase de “ahí hay  un torero grande.” Así era,   así fue y así nos lo contó quien lo vio torear muchas veces: el taurino de “hueso colorao”, don Enrique Rodríguez, de Zacatecas. Se aseguraba que de haber tenido otra forma de ser, otro temperamento, hubiera alcanzado en su época, como vulgarmente se dice. “el  amo del cotarro.” Porque ninguno en ella, -ninguno, a juicio de Cossío- logró igualarle en el conjunto de sus facultades y aptitudes. Puede que algún especialista, en una determinada suerte, la aventajase en alguna particularidad; por ejemplo, quizá hubiera quien matase con mejor estilo, pero en honor la verdad, Fermín Espinosa remató muchos toros, muchísimos, de modo irreprochable; pero en todo lo demás los mejores de la torería militante de aquellos años no llegaron al diestro saltillense en su valer global, ni aun en  sus respectivas especialidades. No tuvo como torero más defectos que el de frialdad, sosera, apatía, falta absoluta de esa alegría que inyecta emoción a los espectadores, que tan esencial resultará siempre para coronar la lidia como acto litúrgico.

            Su técnica y su perfección en todo en cuanto al toreo, son todo lo perfecto que cabe en lo humano. Su dominio, de lo más completo visto aquellos años, se afianzaba con su enorme valor tuvieron aquellas mismas características: impávido estaba junto  a los toros más peligrosos y difíciles, plenamente confiado y sin  dar, al menos en apariencia, ninguna importancia a su estoicismo; sí, por el contrario –y le ocurrió pocas veces-, mostraba su valor en momentos de crisis, se distanciaba algo del toro, pero tan leve alejamiento no se  le apreciaba con ningún movimiento brusco, descompasado, ni el gesto de su rostro impasible, sencillamente porque sus recursos fueron siempre enormes. Su “difícil facilidad”, tal vez excesiva,  pues si para triunfar, con los muchos conocimientos de que instintivamente  disponía, le valió de mucho; en cambio, le privaba –como  quedó señalado- de producir emoción, impidiendo que vibrara en el público con la intensidad que debiera. El ecuánime crítico Don Ventura, dijo:

            “Fermín no hace, ciertamente, nada tontas y a locas. En todo momento es el artista en posesión de su arte, y no se sale de él jamás, aún a trueque de no dar satisfacción a la galería. Un gran torero, en una palabra.” Dice el mismo crítico en otro párrafo: “Decididamente, para este enormísimo torero mexicano el toreo no ofrece dificultades, y ante el toro, lo mismo con el capote o con la muleta en la mano, él es el amo y el que hace todo lo que le viene en ganas, con la seguridad de que cuanto intente tendrá las resolución que de antemano ha previsto.” Y  del mismo Ventura Bagües es la siguiente opinión y comparación: “Para mi gusto es el torero más grande que ha dado México, y al afirmarlo así, rotundamente,  no creo rebajar los méritos de Rodolfo  Gaona, que los tuvo y muchos, y no fui nunca de los más reacios en proclamarlos. Pero en Gaona predominó la escuela, la buena escuela que le inculcaron, y su elegancia personal, pareja a  la de Antonio Fuentes, aunque  un poco forzada, que daba especial realce a  su arte.  Aparte de lo que le enseñaron y lo que logró asimilar de otros toreros con quienes alternó, careció de ese don que en tauromaquia tanto valor adquiere: me estoy refiriendo a la intuición, que siempre halla recursos en los momentos oportunos, el que crea belleza por inspiración súbita en la misma cara del toro y  de la manera más imprevista. Eso nunca estuvo al  alcance de Rodolfo –este sí pasó por una Escuela Taurina-, que puso un sello personal a cuanto los otros hicieron. Y no  hablo de la invención de suertes, que nada tiene que ver con lo que estoy diciendo. En una palabra, Gaona fue un  elegantísimo y hasta un magno ejecutante del toreo que había aprendido, y Armillita fue otra cosa; fue más que eso. Fermín toreaba como él quería, como en cada caso le convenía, y siempre toreaba muy bien, llevando el toro a dónde él quería... y no como ahora en que “las figuras” van donde quiere el toro y ¡eso no es torear”, según Domingo López Ortega.

            Tales y tantos fueron los méritos de este lidiador extraordinario, que  entre los aficionados y los críticos, surgía el recuerdo del gran Joselito el  Gallo, con cuyo toreo  tuvo muchos  puntos de contacto y semejanza el de Armillita chico, sobre todo en cuanto a la técnica y la intuición se refiere; separándoles, entre otras cosas, el carácter peculiar, la idiosincrasia de cada uno, el temperamento, la alegría, la gracia, que dieron a cada uno una distinta y particular personalidad. Armillita chico fue en la jerga  taurina se conoce como el “torero largo”, muy largo. Con el capote, además de ser variadísimo, tenía un estilo  muy depurado, del mayor clasicismo. Otro tanto podemos decir de  su toreo con la muleta. En una y otra suerte su toreo sus  adornos fueron, a más de valerosos, del  mejor gusto, de exquisito sabor. No se le vio nunca  un detalle chabacano. Con las banderillas fue  también prodigioso. Las variaciones más difíciles de las suertes las hacía fáciles y sencillas aparentemente para él. En todo los terrenos encontraba toro para clavar con la mayor perfección y en la variante que  le petara. Su preparación era vistosa, elegante, armónica, hasta alegre, pese a su carácter. Un enorme banderillero. Con el estoque era seguro y pronto, sin fealdad alguna en la ejecución, algunas veces con muy buen estilo. Así fue Armillita chico, al que no le faltó ser prudente, callado, muy callado y modesto, muy modesto, tanto que se llegó a decir que hasta la perjudicaba el exceso de tal virtud.

                                                       

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