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LA GACETILLA TAURINA |
Nº 84 - 25 Junio 2007 (Textos originales del Dr. en veterinaria D. Juan J. Zaldivar) |
El Conde de Santa Coloma enfrentado a los veterinarios. |
Aquellas broncas multitudinarias nada tenían ni tienen que ver con esas otras sostenidas entre los profesionales veterinarios y los ganaderos, cuando éstos no están conformes con el dictamen de los primeros. Los toros de don Anastasio Martín corridos en las corridas inaugurales de la Plaza Real pasaron perfectamente el reconocimiento de los veterinarios. Entre ellos, el primer toro, llamado Vivorillo, de pelaje retinto, tenía seis años, era grande y estaba bien puesto de armadura, según el informe aprobado por los veterinarios señores Manuel Prada y Manuel Ordóñez. Tuvieron todos los astados las características exteriores y los faneros que entonces se requerían. Pero todo ha ido cambiando con el tiempo, aunque en Plazas como Madrid se pretenda volver a los toros elefantes de un pasado centenario y no tanto. “No tanto”, porque en la corrida que envió a la Plaza de Toros de Madrid, para lidiarse la tarde del (11-05-1919), en la tercera de abono, el conde de Santa Coloma unos de los toros, el que estaba marcado con el nº 70 y llevaba el nombre de Bravío, de pelaje negro, con abundantes rizos en la cara, cabeza y cuello, no tenía la corpulencia de sus compañeros, pero tenía seis años cumplidos… y el rabo llegaba a tocar el albero. Sin embargo, tenía una preciosa “jechura” –discúlpenos Sr. Orgambides-, una lámina de pintura y una armonía corporal que despertaba admiración, si bien era poco levantado y abierto de cuerna, un paliabierto. Los diestros que dieron cuenta de la corrida fueron Agustín García Malla, Julián Sáinz (Saleri lI) y José Flores (Camará), coincidieron en apreciar la belleza de Bravío. Pero no era de gran tamaño; tanto, que en el reconocimiento los veterinarios se opusieron a su lidia, lo rechazaron, vulgarmente hablando. Por mera casualidad, y contra su costumbre, había acudido el ganadero al reconocimiento y apartado, y se opuso tan enérgicamente a la determinación de los veterinarios, que amenazó con energía retirar todos los toros, conforme a los derechos de su contrato, si prevalecía el criterio de los técnicos. El enfrentamiento pudo tener serias consecuencias. Transigieron mis compañeros, ante semejante discordia y se lidió la corrida. Fueron unas horas difíciles para los profesionales y este hecho se ha repetido demasiadas veces. En nuestra Plaza Real se han producidos situaciones bochornosas, en las que los profesionales se han visto obligados a abdicar de sus dictámenes. Desde su salida mostró Bravío una bravura excepcional, arrancando en los siete puyazos que tomó con una alegría y con una voluntad, que entusiasmaban al público, que le ovacionaba en cada una, viéndole recargar, llevando el caballo hasta estrellarlo en la misma barrera, apretándole contra ella y no cediendo hasta que, ya caído el picador, no sentía sobre si clavada la garrocha, y algún capote se le llevaba engañado. Manaba sangre del morrillo, que le corría por toda la espalda hasta las pezuñas, y pronto se disponía nuevamente al ataque, así que se le iniciaba una buena citación. Siguió con la misma bravura y acometividad en los dos tercios siguientes. Saleri II, su matador, torero hábil y con muchos recursos en su arte, no tuvo los suficientes para dominar a Bravío y evitar las protestas del público. Entre ovaciones delirantes se dio la vuelta al ruedo al cadáver de Bravío, yendo las mulillas al paso, teniendo que saludar repetidísimas veces el conde de Santa Coloma, que presenciaba la corrida y que fue aclamado. Fueron también muy bravos los otros cuatro toros de este ganadero. Queda el timbre y la historia de Bravío en el archivo de los toros más bravos lidiados en la Plaza de Toros de Madrid. Es el Jaquetón de los tiempos modernos. Decir Bravío (como decir Jaquetón) es decir bravura, con nobleza, modelo del buen embestir, sin exageraciones de nerviosidad y sin ninguna otra dificultad que su buena bravura, que nunca puede calificarse de excesiva en un toro de lidia. Y por eso ha quedado su nombre -Bravío- como representativo y símbolo del toro bravo. |
casemo - 2004
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