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LA GACETILLA TAURINA |
Nº 86- 9 Julio 2007 (Textos originales del Dr. en veterinaria D. Juan J. Zaldivar) |
También México dio enormes figuras del toreo |
Aplicando a la crónica taurina el viejo dicho de que “una vez al año a ningún viejo hizo daño”, vamos a introducir de vez en cuando en esta web el recuerdo de algunas de las grandes figuras que aportó México a la Tauromaquia, aunque sólo sea también por ese otro grato recuerdo que me produce recordar tan mágico país. Abrimos esta gacetilla, para no perder la costumbre, con el famoso toro de nombre Vigía, de la ganadería mexicana de La Laguna, de don Federico Luna Paz, que abrió la Plaza de Toros de la ciudad de México, D. F., la tarde del (11-12-1938), y que le correspondió a Silverio Pérez, fecha en que confirmó su alternativa con el referido astado, siendo su padrino quien fue la gran figura del toreo, Fermín Espinosa Saucedo (Armillita chico), nacido que el (03-05-1911) en la ciudad de Saltillo (Estado de Nuevo León), falleció el (06-09- 1978), falleció en el Distrito Federal (ciudad de México), a los 67 años de edad, fue el Joselito el Gallo mexicano. El (28-02-1954), toreó por última vez de luces, en la Monumental Plaza México. El (05-09-1954), se despidió definitivamente de los ruedos, después de 30 años de profesión, en el coso de la ciudad mexicana de Nogales (Sonora), alternando en un mano a mano con Luis Mata, en la lidia de ejemplares de la ganadería mexicana de Santo Domingo.
Su técnica y su perfección en todo en cuanto al toreo, son todo lo perfecto que cabe en lo humano. Su dominio, de lo más completo visto aquellos años, se afianzaba con su enorme valor tuvieron aquellas mismas características: impávido estaba junto a los toros más peligrosos y difíciles, plenamente confiado y sin dar, al menos en apariencia, ninguna importancia a su estoicismo; sí, por el contrario –y le ocurrió pocas veces-, mostraba su valor en momentos de crisis, se distanciaba algo del toro, pero tan leve alejamiento no se le apreciaba con ningún movimiento brusco, descompasado, ni el gesto de su rostro impasible, sencillamente porque sus recursos fueron siempre enormes. Su “difícil facilidad”, tal vez excesiva, pues si para triunfar, con los muchos conocimientos de que instintivamente disponía, le valió de mucho; en cambio, le privaba –como quedó señalado- de producir emoción, impidiendo que vibrara en el público con la intensidad que debiera. El ecuánime crítico Don Ventura, dijo: “Fermín no hace, ciertamente, nada a tontas y a locas. En todo momento es el artista en posesión de su arte, y no se sale de él jamás, aún a trueque de no dar satisfacción a la galería. Un gran torero, en una palabra.” Dice el mismo crítico en otro párrafo: “Decididamente, para este enormísimo torero mexicano el toreo no ofrece dificultades, y ante el toro, lo mismo con el capote o con la muleta en la mano, él es el amo y el que hace todo lo que le viene en ganas, con la seguridad de que cuanto intente tendrá las resolución que de antemano ha previsto.” Y del mismo Ventura Bagües es la siguiente opinión y comparación: “Para mi gusto es el torero más grande que ha dado México, y al afirmarlo así, rotundamente, no creo rebajar los méritos de Rodolfo Gaona, que los tuvo y muchos, y no fui nunca de los más reacios en proclamarlos. Pero en Gaona predominó la escuela, la buena escuela que le inculcaron, y su elegancia personal, pareja a la de Antonio Fuentes, aunque un poco forzada, que daba especial realce a su arte. Aparte de lo que le enseñaron y lo que logró asimilar de otros toreros con quienes alternó, careció de ese don que en tauromaquia tanto valor adquiere: me estoy refiriendo a la intuición, que siempre halla recursos en los momentos oportunos, el que crea belleza por inspiración súbita en la misma cara del toro y de la manera más imprevista. Eso nunca estuvo al alcance de Rodolfo, que puso un sello personal a cuanto los otros hicieron. Y no hablo de la invención de suertes, que nada tiene que ver con lo que estoy diciendo. En una palabra, Gaona fue un elegantísimo y hasta un magno ejecutante del toreo que había aprendido, y Armillita chico fue otra cosa; fue más que eso. Fermín toreaba como él quería, como en cada caso le convenía, y siempre toreaba muy bien.” Tales y tantos fueron los méritos de este lidiador extraordinario, que entre los aficionados y los críticos, surgía el recuerdo del gran Joselito el Gallo, con cuyo toreo tuvo muchos puntos de contacto y semejanza el de Armillita chico, sobre todo en cuanto a la técnica y la intuición se refiere; separándoles, entre otras cosas, el carácter peculiar, la idiosincrasia de cada uno, el temperamento, la alegría, la gracia, que dieron a cada uno una distinta y particular personalidad. Armillita chico fue en la jerga taurina se conoce como el “torero largo”, muy largo. Con el capote, además de ser variadísimo, tenía un estilo muy depurado, del mayor clasicismo. Otro tanto podemos decir de su toreo con la muleta. En una y otra suerte su toreo sus adornos fueron, a más de valerosos, del mejor gusto, de exquisito sabor. No se le vio nunca un detalle chabacano. Con las banderillas fue también prodigioso. Las variaciones más difíciles de las suertes las hacía fáciles y sencillas aparentemente para él. En todo los terrenos encontraba toro para clavar con la mayor perfección y en la variante que le petara. Su preparación era vistosa, elegante, armónica, hasta alegre, pese a su carácter. Un enorme banderillero. Con el estoque era seguro y pronto, sin fealdad alguna en la ejecución, algunas veces con muy buen estilo. Así fue Armillita chico, al que no le faltó ser prudente, callado, muy callado y modesto, muy modesto, tanto que se llegó a decir que hasta la perjudicaba el exceso de tal virtud.
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casemo - 2004
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