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LA GACETILLA TAURINA |
Nº 61 - 16 Enero 2007 (Textos originales del Dr. en veterinaria D. Juan J. Zaldivar) |
Parecido, si; mejor ¡ninguno! |
Fue precedido de su célebre hermano Antonio -fueron cuatro, José, Manuel y Francisco, nacidos en la sevillana población de Alcalá de Guadaira-, ninguno de ellos, incluyendo a los extraordinarios picadores de aquella memorable época, alcanzó el nivel de inteligencia y valor en el tercio de varas de Francisco Calderón Díaz, llamado unas veces Curro y, con mayor frecuencia, Frasquito. Por azares del destino, el manejo del caballo desde muchacho y su afición a montar el gallardo cuadrúpedo le hicieron prematuramente un hábil jinete, y se decidió a abrazar la profesión taurina. Desde que el (05-08-1850) hizo su presentación en Madrid, al mismo tiempo que su hermano mayor Antonio, figuró en las cuadrillas de los matadores más célebres de su tiempo, y el último que le llevó en la suya fue el gran Salvador Sánchez (Frascuelo) y durante 32 años ejerció su profesión. Resumir en una gacetilla de estas dimensiones las Habilidades de Francisco Calderón, (Don Aurelio Ramírez Bernal publicó en Sol y Sombra (año IV, número 148), es tarea imposible. Carecía de límites su extraordinaria destreza , pues dominaba con la mano izquierda las situaciones más comprometidas, como con la derecha hacía gala de su habilísima forma de tomar los toros más crecidos y pujantes, echándoselos por delante o de costado con una certeza de ejecución, una agilidad y un tino que eran la envidia de sus compañeros; porque en Frasquito no era la fuerza bruta, en su atroz empuje repelente quien dominaba, sino la inteligencia, que daba la medida del tiempo preciso para aguantar, el lapso de despedir y la forma de caer, si no había más remedio con todo arte, con toda preparación para esquivar el riesgo, cubriéndose con el caballo, o librándose de los estribos ágilmente sin la oportunidad de hacerlo le favorecía para no magullarse el cuerpo ni sentir sobre su rostro el aliento cartilaginoso de la fiera, su baba espumosa y, lo que era peor, el choque de las astas en su honrosa esgrima sobre el humano cuerpo... Calderón lo decía con aquella espontaneidad y a la vez más gramaticalmente que otros de su clase: «Siempre estoy predicando a mis hermanos que hagan lo que yo hago, y nada, sacan los huesos molidos y llevan cogidas que pudieran ahorrarse.» Y es que la toilette torera de Frasquito era inimitable. ¿Cómo él se sabía de presentar en la plaza que no fuese atildado en todo? Sus calzones de ante limpios, ceñidos y de admirable corte, llamaban la atención; ni una arruga consentía. Quería ser modelo, y lo era, efectivamente. La casaquilla, el chaleco, la faja, la pañoleta, el dedil, el sombrero, todo era un puro acabado. Llevaba ya treinta y dos y tantos años de picar toros; la coleta donde se amarraba la moña tenía, en junto, una docena de pelos, y aquel Frasquito de imborrable recuerdo era el mismo: torero aseado, torero curioso en la ropa y figurín constante. Este tema puede alargarse mucho y no quiero exponerme a recibir ni siquiera el primer aviso del presidente don Carlos Serrano, así que hay va de forma resumida una de sus innumerables hazañas, con sabor acaramelado. Tuvo lugar la tarde veraniega del (19-08-1872), en la antigua plaza de toros de Bilbao, en la que se jugó el toro, de nombre Caramelo, de pelo colorado, boyante, pegajoso y siempre duro en la quimera, de una corrida de seis de don Rafael Laffitte y Laffite. Fue lidiado en cuarto lugar y dio ocasión a uno de los más epopéyicos lances que registra la Tauromaquia: «Desafió el picador Francisco Calderón Díaz (Frasquito) al toro en los tercios del redondel, y al arrancársele, cogió un soberbio puyazo en el centro mismo del morrillo; el toro, duro y valiente, estirándose con poderoso empuje, logró llegar al pecho del caballo, introduciendo en él todo el cuerno izquierdo. El cuadro que se ofrecía -con permiso de los miembros de la Sociedad Protectora de Animales- era magnífico. Ni Calderón cedía ni el toro tampoco, y así, en bravo regateo, iba reculando el caballo, y celoso el toro por acabar con su enemigo, le había empujado seis varas de distancia, ganando, al fin, el bravo bovino, que vio muerto a sus plantas el caballo. Ciego el toro de coraje, habíase dormido en la cornada, y no se retiraba ni sacaba el asta, y entonces Calderón, que había caído de pie, como era mérito en tan singular torero, se adelantó a arrancar la divisa del toro por su propia mano; sentir el toque, sacudir nerviosamente el cuerpo y retirar la mano derecha de Calderón, fue cosa momentánea, quedando nuevamente dormido el toro sobre su víctima. No titubeó entonces Frasquito, y decidido como estaba a ganar la divisa como trofeo, tendió el brazo de nuevo y de un tirón se apoderó de las codiciadas cintas blancas y negras. El dolor que recibió el toro por el desgarre de sus carnes al salir el hierro de la divisa, le hizo sacar el cuerno del pecho del caballo y, fijándose en el picador, quiso acometerle; pero Frasquito era hombre rápido en sus resoluciones, y armándose con la garrocha se dispuso a defenderse... ¡Qué hermoso momento aquél! El peligro era cierto, la lucha desigual y dudoso el triunfo, y en aquel sublime instante un salvador se apareció al quite. Era Frascuelo, el diestro valiente y nervioso, que acudía presto a salvar a su querido picador, y cogiendo al toro de la cola le zarandea y troncha hasta conseguirlo, en bien calculado giros, retirarlo del sitio, ganado así prez y honra torera. Se produjo el delirio en el público; la ovación a Frasquito y a Frascuelo fue imponente, con esa grandiosa majestad que no puede ser descrita... Todos los espectadores prorrumpieron en una misma frase: ¡Que le den el toro! y el toro fue de Frasquito, porque así lo pedía toda la plaza, y a esta petición accedió la presidencia...» En tal lance me permito preguntarme: ¿No será cierto que «el hombre y el toro se encontraron en el mundo circunstancialmente?...», para ser protagonistas de hechos inenarrables? |
casemo - 2004