LA GACETILLA TAURINA 

 Nº  63 -   30 Enero 2007   (Textos originales del Dr. en veterinaria D. Juan J. Zaldivar)

Las primeras escuelas taurinas

          
            ¡Cómo cambian los tiempos! Las más antiguas escuelas taurinas estuvieron en los mataderos, especialmente en las grandes ciudades,  como Sevilla, Córdoba y Granada. Cualquier parecido con las actuales es pura ficción. Entonces los aprendices al toreo se curtían en su oficio como los cueros, entre sangre putrefacta, peligros, al aire libre y sacrificados en las mayores penurias y dificultades… y entre malas  lenguas. Toreaban todas las reses, no importaban los años ni  el peso que tuviesen …A los jóvenes aspirantes de hoy les escogen novillitos medianos, si es posible, todos con los cuernos gachos. Están preparando a una generación de toreros que no tendrán que enfrentarse a los verdaderos toros.

            Me llega a la memoria, como si lo viera, la presencia de aquella madre enlutada en su decorosa viudez -que con sus hijos tuvo que emigrar un día de Medina Sidonia (Cádiz), a Sevilla, pues entonces la emigración estaba establecida entre las provincias de Cádiz y Sevilla, para pasar  después a Madrid, luego a Barcelona y, por último, a Francia y Alemania, sin contar con la Latinoamericana-, llegando al Matadero antes de amanecer, acompañada de su pequeño Juanico. Iban todos los días a limpiar las tripas del medio centenar de reses vacunas que se sacrificaban allí diariamente. Aquel niño, llamado Juan Calderón, nacido en  el alba del siglo XVIII, llevó el apodo de Juanico el de la Tripera). Su capacidad de entrega y apasionamiento por el toreo le llevó a ser un famoso diestro de a pie, aunque su formación educativa era nula. Fue el hermano mayor y maestro del célebre Melchor Calderón. El apodo, lógicamente, nos hace creer que pertenecía a familia relacionada con el matadero de Sevilla, escuela de tantos toreros famosos. Don José Daza afirma que «en habilidad y otras buenas prendas, fue el más celebrado de su tiempo», en la primera mitad del siglo XVIII, entre los  años 1720 a 1740, aproximadamente. En aquellos años los toreros difícilmente pasaban de los 50 años de edad.

Con las “facilidades” de su hermano mayor, Melchor Calderón, se convirtió en un habilidosísimo lidiador de a pie y, sobre todo, en un hacedor de todas las suertes del toreo, tal vez como no haya existido otro, nacido en Medina-Sidonia (Cádiz) hacia el año 1710 y trabajó como tal hasta 1755. Alcanzó en su tiempo lo máximo de la fama y mereció los elogios más encendidos. «Fue insigne el famoso Melchor», dice Moratín en su Carta histórica. Sin embargo, no ampliaron escritores posteriores las noticias sobre este célebre torero, ni especifican sus habilidades. Según don José de la Tixera: «En poner banderillas excedió de  los límites que había tocado los más diestros navarros (*), porque las partía por medio y después las clavaba a cachetes o puñetazos.» La fuente de información más auténtica que, como en tantos casos, no se ha beneficiado para este lidiador, es el libro tan citado de don  José Daza (Precisos manejos). Los informes sobre el también célebre piquero aseveran que tuvo en Melchor por maestro a un hermano, a quien llamaban Juanico el de la Tripera, «que en habilidad y otras prendas fue el más célebre de su tiempo.»

            Fue Melchor Calderón el primero a quien en carteles se unió el calificativo de famoso. «Fue el monstruo de la arrogancia y destreza en todos los manejos. A él no se pudo ni puede compararse ninguno de cuantos hubo y hay. Que si la habilidad y el esfuerzo de todos pudiera concentrarse en uno solo no sería comparable con Melchor en su tiempo. Que él hacía lo que cada uno y todos. Y todos y cada uno, en ninguno, pudieron hacer lo que él hacía.» Competía con él en habilidades y crédito, si bien era más moderno, el también famoso José Cándido; pero Daza le da la primacía a Melchor Calderón. Cuando fue por primera vez a torear a Madrid preguntárole que cuál cosa particular hacía, para anunciarla en los carteles, a lo que contestó: «Ponga vms. Todo lo que han visto en otros y que ya los toros están muertos.»

            En la Real Maestranza de Caballería de Sevilla toreó en 1751. «Donde él estuvo –elogia Daza- jamás se vio un toro parado por falta de quien lo torease de todos los modos que imaginarse puede. No hubo alguno tan valiente que le quitase la espada de la mano, topando o no topando en hueso; ni él se la sacaba del cerviguillo hasta tenerlo fenecido, si conocía que del primer embite no le dejaba muerto. Y cuantos intentaron imitarle o competir, andaluces, navarros, manchegos o castellanos no sacaron otra cosa que, sobre no conseguirlo, olvidar lo que sabían sin aprender de él cosa alguna.» Parece que el final de su vida fue desastroso. Su prodigalidad desordenada, y probablemente su bravuconería, le hicieron, según enérgica frase de Daza, «despreciable, perdiendo su fortuna, que se le ofrecía grande.» A tal extremo llegó y tal le vieron, que el propio Daza afirma ingenuamente que había «aprensión en la gente de si le darían alguna confección que le destruyó la habilidad y el espíritu.» Este era el tipo de hombres para aquellos toros y su época. Es lógico que en nuestros días todo sea diferente y que haya que fomentar lo que será imposible lograr, un toreo muy artístico, pero sin toros…, como en la Política, una democracia sin democracia.

 

(*) La presencia de toreros de a pie en Navarra es muy anterior a Andalucía, ya que aquellos quebraron a las peligrosas reses de casta navarra desde principios de la Edad Media.

                                                                                        

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